“El Nacional”
Dirección Albert Boadella
Con: Jesús Agelet, Begoña Alberdi, Josep M. Fontserè, Ramon Fontserè, Joan Gallemí, Ramon Llimós, Minnie Marx, Pilar Sáenz y Xevi Vilà.
“El primer “Nacional” nació a consecuencia de la crisis económica que estaba sufriendo el país durante el año 1993, no sabíamos entonces que en el 2008 se iniciaría una crisis, mucho más dura y larga, en la que aún estamos inmersos.”
Horarios: 20,30 h. Domingo: 19,30 h.
Precios: De 21,00 € a 4,00 €
Del 3 al 13 de Mayo en el Teatro Lope de Vega de Sevilla.
Regresa Els Joglars al escenario y acredita una vez más que es una de las mejores fábricas de teatro del país. Todo en ella funciona con la precisión de un complejo mecanismo de relojería en el que cada pieza ha sido diseñada a conciencia y cuidadosamente engrasada. Nada deja Boadella, el artífice de esta realidad que cumple tres décadas de vida, a la improvisación. El espacio escénico diseñado por él mismo, la iluminación, el vestuario - todo un desfile andrajos de lujo - y, sobre todo, el sonido - elemento esencial en este montaje en que la música es protagonista alcanza cotas que sólo son superadas por el quehacer de unos actores que, como en el caso de Ramón Fontsere o de la soprano Begoña Alberdi, rozan la n perfección. Se me antojan marionetas pendientes de hilos movidos con suma a habilidad por ese titiritero que es Boadella y me llama la atención que su forma de interpretar siga tan fielmente el los dictados del genial manipulador hay una técnica y un sello que le define -, incluso cuando se trata de los actores incorporados para la ocasión. Tal compenetración es fruto tanto de su talento como de un riguroso trabajo durante la creación del espectáculo.
La historia que se recrea sobre el escenario ya ha sido tratada, y lo seguirá siendo, con desigual fortuna por otros autores. Es, una vez más, el teatro dentro del teatro. Don Josep, viejo e incordiante individuo, ex-acomodador de un teatro nacional cerrado a cal y canto, y a punto de sucumbir a la acción de la piqueta, regresa al local con la intención de reabrirlo, La originalidad estriba en que lo hará representando la ópera Rigoletto y que para a interpretarla ha reclutado a un puñado de indigentes y de músicos callejeros que jamás han pisado un escenario, ni saben una palabra de teatro. En opinión de este anciano visionario que tiene, además del nombre, la socarronería de Josep Plá, pero debe mucho más la al propio Boadella, el teatro, para sobrevivir, necesita de estas gentes tan ajenas a los males que amenazan su existencia. A ellas no les pasará como a tantos actores que, abandonando su natural condición de payasos y bufones, se han convertido en respetables profesionales y dóciles vasallos del poder. Está seguro de que no se dejarán engatusar por los métodos perversos de esa legión de funcionarios públicos y asesores culturales que, so pre texto de proteger al teatro, han entrado saco en él. La burocracia oficial y su de gran invento, la subvención, ese mendrugo que unos ofrecen y otros aceptan, son las bestias negras del director catalán y contra ellas lucha con sus armas habituales, que son las de la provocación. Considera que así contribuye a recuperar las viejas y perdidas esencias del teatro, aquellas que le hacían obsceno y transgresor.
Pero lo que Boadella plantea sobre el escenario no pasa de ser una tan grande como inofensiva broma que a nadie molesta aunque la sala esté repleta de ministros, directores generales, críticos y profesionales de la farándula. Era como si el dedo afilado de Boadella señale por encima de los presentes. Claro, que quién se va a dar por aludido si el propio acusador no se sonroja al cuestionar la existencia de subvenciones mientras él disfruta para esta costosa producción de las concedidas por casi una decena de instituciones públicas. Quienes las otorgan se ríen, como lo hacían los reyes de las puyas que les lanzaban los bufones que vivían a sus expensas. Así sorprende menos que las gentes de teatro aplaudan cada vez que se les tacha de cabrones, putas o maricones, convencidos tal vez de que los insultos van dirigidos a los colegas ausentes. Y es normal que los críticos, en aras de la objetividad, se rindan al talento del polémico creador después de asistir al simulacro de fusilamiento de uno de ellos en el escenario. Hay, en resumen, una agresividad más aparente que real y dirigida a tantos destinarios que poco se sienten salpicados. Uno diría que ese es el punto débil de un espectáculo del que al cabo queda el raro contraste entre la cutrez de una tropa de actores improvisados y la belleza de los bien escogidos fragmentos de una ópera famosa. Pero le queda la sospecha de que no hay tal debilidad, sino que el alcance de la provocación ha sido, como otras veces, cuidadosamente medido. Y es que Boadella no sólo sabe de teatro.
Texto de Jerónimo López Mozo.
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